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miércoles, 16 de enero de 2013

La ciudad de la luz





La Ciudad de la Luz


            Las tierras de la dama se conocen por más cosas además de la tierra albina que cubre sus cañones y precipicios como si un manto de seda fuese, los preciosos bosques que llenan los fondos de los barrancos y las montañas todas blancuzcas; también por ser el lugar del mundo donde la luz, tanto del sol como de la luna, otorgan más su influencia. Pero algo predomina sobre todas las demás cosas, no la belleza de la dama sino el lugar donde reside, en la más alta montaña de toda la región.

Se alzaba impetuosa la fortaleza cual parecía diáfana, sobre la cúpula invertida tallada en la montaña, revestida de mármol blanco, como nieve virgen de las Montañas Níveas, y finas tiras de plata; elevándose sobre un hondo precipicio como levitando ligeramente, al igual que en los días de invierno en los que la densa, aunque no fría bruma baja para rodear la montaña al nivel de la cúpula, provocando que la ciudad lucerina parezca más omnipotente, si cabe.  
 
Merece la pena ver la luminosidad y el brillo de la ciudad blanca bajo la venerada luz del sol, cautivado al observar las etéreas almenaras pulidas en mármol bañadas con el embrujo de la luna, contemplar el barranco que se abre frente a la fortaleza, y ver cómo ésta penetra hasta el corazón de la montaña donde está erigida.
Contemplar maravillado la terminación de los innumerables detalles que existían por doquier, observar la delicadeza propia de los elfos en cada uno de ellos, y a la vez la perfecta terminación de la obra por manos enanas. Sin duda fueron tiempos mejores, y con este símbolo de las dos razas terminó una larga y dura amistad, con el tiempo todo se agravó y ahora menos que nunca la unión de los lazos rotos sería imposible a menos que, de nuevo, algún mal común “les cobijara bajo el mismo techo”. 

Desde otro lado del precipicio podía observarse, más difícil es explicar la belleza que me conmueve por dentro, las altas y robustas murallas, tras de ellas las afiladas, aunque delicadas, torres que acariciaban el cielo con sus terminaciones picudas vigilaban desde las alturas todo a su alrededor; parecía vislumbrarse tras los muros la enorme bóveda del templo, donde residía la venerada señora, y donde se le rendía culto a la luz del sol, sin despreciar la de la luna. No puedo más que esperar a poder entrar en tan gloriosa fortaleza, para poder contemplar, tal como se cuenta, cada una de las maravillosas estatuas que adornan las paredes exteriores del templo, cuyas columnas a la entrada del porche son figuras talladas cada una con un significado diferente. Al menos desde donde estoy puedo deleitarme con lo poco que se ve y que asoma desde detrás, como la parte alta de la pared trasera, donde comienza a entrar la ciudad hacia el corazón de la montaña, aunque apenas puedo distinguir nada de lo que hay allí, pues la montaña es tan inmensa y la ciudad tan grande que esta pared queda lejana a mis ojos.

Me deleito pues, con lo único que, a priori, puede dejar pasar hacia el sueño que se esconde en el  interior, y que para un mortal como yo es llegar al paraíso terrenal, (si es cierto todo lo que se cuenta sobre este lugar, pero no creo que sea mentira, pues aquí vive la reina más buena y sincera que ha contemplado el mundo en general), las puertas de plata que, colgadas de sus goznes, se mantienen cerradas. Deslumbrando a quien las mira cuando la luz refleja en ellas. Al menos el relieve majestuoso que hay dibujado puede percibirse sin ninguna dificultad, describiéndose un entrelazado de serpenteantes rayos, que llenando toda la puerta llevan hasta un extraño relieve que no puedo describir de tan extraño como parece. Mas no tardé en descubrir, cuando entré y se me explicó lo que era, que se trataba del símbolo de la ciudad, algo que en apariencia ya había supuesto, pero lo que no supuse es que representaba a las dos aves.

Pero la puerta no se encontraba sola, dos estatuas ejerciendo de columnas la custodiaban, soportando sobre sus cabezas las almenas que defendían el portón. Por supuesto también talladas en mármol blanco. Maravillado es decir poco, cuando distinguí cada una de ellas, ver tan de cerca la talla…parecía tan real. ¿Como debían ser las del interior? 

La túnica de la estatua de la izquierda parecía ondear sutilmente, deslizándose con gracilidad bajo la fuerza irresistible de la brisa que, por cierto, también me había despeinado a mí. El respeto que infundía me llenaba, era realmente sobrecogedor admirar a la doncella, portando una larga espada con las dos manos y llevada hasta pegarse la terminación del mango a su cintura e inclinada hacia su derecha en señal de duelo. Pude distinguir las orejas picudas de la talla descubiertas, ya que el pelo, trenzado, lo tenía echado hacia atrás, viéndose sólo la punta aparecer por el costado izquierdo.
No menos preciosa era la otra columna, cual tallada era una especie de ángel. Pues a pesar de sus rasgos élficos, aparecían portentosas unas alas de ave a su espalda, de las cuales podía distinguirse el relieve de cada una de las plumas que parecían componerlas. ¡Podían ser las místicas criaturas que se decía habían formado parte de la familia de los elfos! Probablemente aquí estuviera representada la raza, en su recuerdo. Con el torso desnudo, y nada más que unos pantalones cortos, de los que colgaba un cinto con una espada dentro. El varón allí expuesto hacía sonar una perfecta recreación del buisine, del que colgaba un pendón que también parecía ondear levemente con la brisa. Y en el que se distinguía, tallado en relieve, el mismo símbolo que se dibujaba en la puerta.

Descubrí más tarde, al igual que como con la puerta, el significado de las dos estatuas: La doncella representaba la fuerza y la gallardía, y el varón representaba el orden y la nobleza. Me pareció muy irónico cuando después me paré a pensar, ¿no es increíble que una fémina represente la gallardía?; ¿o que un ángel, que con su don de volar, represente la nobleza y el orden, cuando gracias a ese don la nobleza se pierde al atacar desde arriba o aprovechar las espaldas del enemigo al descubierto?, ¡no están muy hechos al orden por esto mismo!, ya que su don les concede la total libertad.

            A pesar de estas rarezas, he de escribir que esta raza me conmueve, y que durante mi estancia allí aprendí mucho, y me trataron muy bien (la hospitalidad de los elfos no es peor que la de los enanos. Esto llevará a discusiones, pero es verdad). No puedo quejarme, más que por lo que no me han dejado escribir, y lo respeto. Me hicieron jurar que nada de lo que vi más allá de las murallas saldría de mi interior, y así será. Pues no sólo los nobles enanos viven de honor.

            Mi gratitud espero ofrecer con estas palabras a la Dama del Amanecer, por todo lo que me ha brindado durante estos días: saber, conocimiento, diversión… entre otras muchas cosas. Ahora entiendo porqué se les odia: son increíblemente perfectos en todos los sentidos (aunque también pueden equivocarse). Mucho se me ha dado y nada yo creo haber aportado.


 Gracias, Rómen, Dama del Amanecer. 

      

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