La Ciudad de la Luz
Las
tierras de la dama se conocen por más cosas además de la tierra albina que
cubre sus cañones y precipicios como si un manto de seda fuese, los preciosos
bosques que llenan los fondos de los barrancos y las montañas todas blancuzcas;
también por ser el lugar del mundo donde la luz, tanto del sol como de la luna,
otorgan más su influencia. Pero algo predomina sobre todas las demás cosas, no
la belleza de la dama sino el lugar donde reside, en la más alta montaña de
toda la región.
Se alzaba impetuosa la fortaleza cual parecía diáfana, sobre la cúpula
invertida tallada en la montaña, revestida de mármol blanco, como nieve virgen
de las Montañas Níveas, y finas tiras de plata; elevándose sobre un hondo
precipicio como levitando ligeramente, al igual que en los días de invierno en
los que la densa, aunque no fría bruma baja para rodear la montaña al nivel de
la cúpula, provocando que la ciudad lucerina parezca más omnipotente, si cabe.
Merece la pena ver la luminosidad y el brillo de la ciudad blanca bajo
la venerada luz del sol, cautivado al observar las etéreas almenaras pulidas en
mármol bañadas con el embrujo de la luna, contemplar el barranco que se abre
frente a la fortaleza, y ver cómo ésta penetra hasta el corazón de la montaña
donde está erigida.
Contemplar maravillado la
terminación de los innumerables detalles que existían por doquier, observar la
delicadeza propia de los elfos en cada uno de ellos, y a la vez la perfecta
terminación de la obra por manos enanas. Sin duda fueron tiempos mejores, y con
este símbolo de las dos razas terminó una larga y dura amistad, con el tiempo
todo se agravó y ahora menos que nunca la unión de los lazos rotos sería
imposible a menos que, de nuevo, algún mal común “les cobijara bajo el mismo techo”.
Desde otro lado del precipicio podía observarse, más difícil es
explicar la belleza que me conmueve por dentro, las altas y robustas murallas,
tras de ellas las afiladas, aunque delicadas, torres que acariciaban el cielo con
sus terminaciones picudas vigilaban desde las alturas todo a su alrededor; parecía
vislumbrarse tras los muros la enorme bóveda del templo, donde residía la
venerada señora, y donde se le rendía culto a la luz del sol, sin despreciar la
de la luna. No puedo más que esperar a poder entrar en tan gloriosa fortaleza,
para poder contemplar, tal como se cuenta, cada una de las maravillosas
estatuas que adornan las paredes exteriores del templo, cuyas columnas a la
entrada del porche son figuras talladas cada una con un significado diferente. Al
menos desde donde estoy puedo deleitarme con lo poco que se ve y que asoma
desde detrás, como la parte alta de la pared trasera, donde comienza a entrar
la ciudad hacia el corazón de la montaña, aunque apenas puedo distinguir nada
de lo que hay allí, pues la montaña es tan inmensa y la ciudad tan grande que
esta pared queda lejana a mis ojos.
Me deleito pues, con lo único que, a priori, puede dejar pasar hacia el sueño
que se esconde en el interior, y que
para un mortal como yo es llegar al paraíso terrenal, (si es cierto todo lo que
se cuenta sobre este lugar, pero no creo que sea mentira, pues aquí vive la
reina más buena y sincera que ha contemplado el mundo en general), las puertas
de plata que, colgadas de sus goznes, se mantienen cerradas. Deslumbrando a
quien las mira cuando la luz refleja en ellas. Al menos el relieve majestuoso
que hay dibujado puede percibirse sin ninguna dificultad, describiéndose un
entrelazado de serpenteantes rayos, que llenando toda la puerta llevan hasta un
extraño relieve que no puedo describir de tan extraño como parece. Mas no tardé
en descubrir, cuando entré y se me explicó lo que era, que se trataba del
símbolo de la ciudad, algo que en apariencia ya había supuesto, pero lo que no
supuse es que representaba a las dos aves.
Pero la puerta no se encontraba sola, dos estatuas ejerciendo de
columnas la custodiaban, soportando sobre sus cabezas las almenas que defendían
el portón. Por supuesto también talladas en mármol blanco. Maravillado es decir
poco, cuando distinguí cada una de ellas, ver tan de cerca la talla…parecía tan
real. ¿Como debían ser las del interior?
La túnica de la estatua de la
izquierda parecía ondear sutilmente, deslizándose con gracilidad bajo la fuerza
irresistible de la brisa que, por cierto, también me había despeinado a mí. El
respeto que infundía me llenaba, era realmente sobrecogedor admirar a la
doncella, portando una larga espada con las dos manos y llevada hasta pegarse
la terminación del mango a su cintura e inclinada hacia su derecha en señal de
duelo. Pude distinguir las orejas picudas de la talla descubiertas, ya que el
pelo, trenzado, lo tenía echado hacia atrás, viéndose sólo la punta aparecer
por el costado izquierdo.
No menos preciosa era la otra
columna, cual tallada era una especie de ángel. Pues a pesar de sus rasgos élficos,
aparecían portentosas unas alas de ave a su espalda, de las cuales podía
distinguirse el relieve de cada una de las plumas que parecían componerlas.
¡Podían ser las místicas criaturas que se decía habían formado parte de la
familia de los elfos! Probablemente aquí estuviera representada la raza, en su
recuerdo. Con el torso desnudo, y nada más que unos pantalones cortos, de los
que colgaba un cinto con una espada dentro. El varón allí expuesto hacía sonar
una perfecta recreación del buisine, del que colgaba un pendón que también parecía
ondear levemente con la brisa. Y en el que se distinguía, tallado en relieve,
el mismo símbolo que se dibujaba en la puerta.
Descubrí más tarde, al igual que
como con la puerta, el significado de las dos estatuas: La doncella
representaba la fuerza y la gallardía, y el varón representaba el orden y la
nobleza. Me pareció muy irónico cuando después me paré a pensar, ¿no es
increíble que una fémina represente la gallardía?; ¿o que un ángel, que con su
don de volar, represente la nobleza y el orden, cuando gracias a ese don la
nobleza se pierde al atacar desde arriba o aprovechar las espaldas del enemigo al
descubierto?, ¡no están muy hechos al orden por esto mismo!, ya que su don les
concede la total libertad.
A
pesar de estas rarezas, he de escribir que esta raza me conmueve, y que durante
mi estancia allí aprendí mucho, y me trataron muy bien (la hospitalidad de los
elfos no es peor que la de los enanos. Esto llevará a discusiones, pero es
verdad). No puedo quejarme, más que por lo que no me han dejado escribir, y lo
respeto. Me hicieron jurar que nada de lo que vi más allá de las murallas saldría
de mi interior, y así será. Pues no sólo los nobles enanos viven de honor.
Mi
gratitud espero ofrecer con estas palabras a la Dama del Amanecer, por todo lo
que me ha brindado durante estos días: saber, conocimiento, diversión… entre
otras muchas cosas. Ahora entiendo porqué se les odia: son increíblemente
perfectos en todos los sentidos (aunque también pueden equivocarse). Mucho se
me ha dado y nada yo creo haber aportado.
Gracias, Rómen, Dama del
Amanecer.